Jueves, 01 de Enero de 2015
Jueves, 15 de Septiembre de 2005

No me dejes así

Un escenario vacío con tres sillas de madera común, bien podría ser una puesta contemporánea desde Ionesco hasta Pavlovsky. Si a eso le sumamos una pared de ladrillos de vidrio en foro que reduce el espacio y dos matafuegos a los costados que forman, además, parte de las nuevas “normas de seguridad del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires” (¿Forman verdaderamente parte de la escenografía?), nuestro desconcierto sobre lo que vamos a ver alcanza grandes dimensiones. Está muy bueno eso de no saber lo que nos espera, volver a tener esa incertidumbre en la que todo puede asombrarte. Y las sorpresas entran abruptamente cuando, sin previo aviso (ni siquiera el “apaguen sus teléfonos celulares”) los actores ingresan de a uno por la platea, como si llegaran tarde para recibir una mala noticia, creando clima instantáneamente. Pero todavía no sabemos nada ... y tampoco lo vamos a saber. Esta obra es una creación colectiva que une los talentos de Eugenia Guerty, Claudio Martínez Bel, Néstor Caniglia, César Bordón y Enrique Federman bajo el signo amorosamente paternalista y la colaboración autoral de Mauricio Kartun. Es simplemente una situación de espera en lo que suponemos es una clínica o un hospital, por un amigo en común que ha sido recientemente internado, la que da la excusa para que estos personajes desarrollen sus conflictos, sus amores y sus viejos rencores aunque nosotros, los espectadores, nunca lleguemos a entender del todo qué es lo que pasa. Es que en una sala de espera se habla en susurros, con algunas frases que se disparan en tonos más elevados, pero cuidando siempre el volumen para no molestar a los pacientes. Esto provoca una situación muy particular, que demuestra hasta qué punto es importante que el espectador esté informado sobre lo que va a ver: el inicio de la obra convoca a los cuatro personajes en el sufrimiento de la espera. La angustia va in crescendo cuando de repente empezamos a escuchar risas desde la platea. ¿De qué se ríe la gente?¿Es que no entienden lo que está pasando?. Error. Se ríen porque sí entienden, porque conocen el género, porque sabe que este crescendo no se detendrá sino que caerá en el absurdo y en la farsa. Se ríe anticipando la acción. Y los efectos cómicos van a estar dados por lo gestual, por el uso del cuerpo en la comunicación. Martínez Bel, dando las indicaciones para llegar a la confitería, es el mejor ejemplo de este desborde del realismo que provoca, como suelen hacerlo sus personajes, una estruendosa carcajada difícil de contener. En este contexto el lugar de la palabra va a ser muy restringido, y es por eso que el primer diálogo completo que podemos escuchar, constituido íntegramente por frases hechas, va a despertar tanta comicidad. Lo mismo que la exacerbación realista de los “encuentros personales”, aquellas escenas en las que los personajes se dicen todo y la situación cambia: acá no sólo se frustra el encuentro porque no cambia nada, sino que además el espectador se frustra ya que no logra recabar más información que la que tenía antes.¿Por qué se pelean, qué hay entre ellos?. No sabemos, y eso torna a las acciones mucho más delirantes. La puesta se completa con la excelente elección de vestuario de Marta Albertinazzi y la iluminación de Gonzalo Córdoba quien demuestra, otra vez, que en teatro muchas veces menos es más. Las poéticas minimalistas logran, merced a muy pocos elementos, un poder de significación enorme; transforman al espacio vacío en una larguísima cadena de significantes. Es así como bajo la dirección de Federman, la obra brinda tan poca información como el texto, por lo que cuando salimos del teatro tenemos sólo dos certezas: una es que nos divertimos como hacía mucho que no lo hacíamos, y la otra es que no tenemos ni idea de lo que trata la obra.
Publicado en: Críticas

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