Jueves, 01 de Enero de 2015
Martes, 28 de Febrero de 2006

Sanos y Salvos

El circo desde hace 30 años ya no es un show que nos asombre por las riesgosas piruetas de los acróbatas y los domadores de leones. Es más, muchos circos ya no tienen animales. Ahora, por suerte, la habilidad de los artistas está supeditada a la emoción, a la poesía. Y eso es lo que pone en escena en la Ciudad Cultural Konex la Compañía La Arena, bajo la dirección de Gerardo Hochman. El espacio que el año pasado fue inhabilitado por la ola de pánico Cromañón, hoy da cabida a Sanos y Salvos. A diferencia de los últimos espectáculos del director, este no está dirigido a chicos ni tiene un hilo narrativo, sino que la acrobacia más que historias comunica sentimientos. Nos suspende en un mundo paralelo al mundo, que detiene el tiempo y nos hace comprender más allá de lo racional. El elenco está integrado por diez acróbatas (Carolina della Negra, Luciana Mosca, Florencia Valery, Virginia Molina, Lorena Díaz, Matías Plaul, Mariano Carneiro, Lucio Baglivo, Rodrigo Oses, Ernesto Terry) y cinco músicos (Pablo Bronzini, Nicolás Santamarina, Luis Rodrigo Díaz Muñiz, Delfina Zorraquin, Manuela Weler), presentes y entrando en calor cuando nos acomodamos en las sillas, que transitan por catorce cuadros distintos. La sala está armada como una gran pasarela con los espectadores a ambos lados que, sumado a la simultaneidad de trabajos, no sólo democratiza la mirada sino que hace imposible ir a una sola función y pensar que uno vio la obra. Así que tomando este parámetro y teniendo en cuenta que la vi una sola vez, sigo escribiendo. La función transita no sólo por distintas disciplinas, sino también por distintas emociones. Por ejemplo el número de aros donde dos mujeres bailan y vuelan, poniendo en el cuerpo el concepto de belleza, ese que ni Platón pudo definir. O el siguiente dúo de acrobacia combinada, donde no sólo se pone a prueba la relación entre ensayo y puesta en escena, sino que además es inocentemente cómica y trabaja con la interacción de los músicos. Por su puesto que no faltan los freaks. Las luces que nacen del piso anticipan la llegada de personajes al mejor estilo Tim Burton, con animador con micrófono en escena y todo. Pero en rarezas eso queda corto al lado del personaje en pañales a cargo de los malabares, que aparece una y otra vez desde los lugares menos pensados. Siguen cosas increíbles como las acrobacias en el palo chino, un tango en versión de danza acrobática o un nuevo tango en solo de alambre. La obra alcanza un ritmo vertiginoso sobre el final, dejándonos a todos con las ganas de más. Gracias a la unidad artística dada por el vestuario (Laura Molina), la iluminación (Gonzalo Córdova), la música (Omar Giammarco) y la escenografía (Duilio della Pittima - Gonzalo Córdova), durante 60 minutos el Konex se transforma en un refugio, en un desvío de nuestra vida cotidiana, que nos lleva y nos trae sanos y salvos de un mundo poético al que no es fácil acceder. O como dice el elenco: Sanos locos a salvo de la locura. Salvos solitarios sanos de soledad. Enamorados sanos a salvo de odio. A salvo de la idiotez terminal. Audaces, absurdos, sanos de vergüenza y de temor. Verdaderos, sanos de mentira. Arriesgados sanos de desidia. Hambrientos de suculentas raciones de emociones. Sanos y a salvo de la bruta humanidad. Sanos de ignorante soberbia. Ilesos. Frágiles. Incrédulos. Ateos. Ecuménicos. Sedientos. Azarosos sin disimular. Enfermos y presos de euforia y felicidad. Sanos y salvos.
Publicado en: Críticas

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