Sábado, 03 de Enero de 2015
Sábado, 03 de Junio de 2006

Abrir la puerta... para ir a jugar

¿A dónde se fue el tonto? ¿A dónde se va un hermano cuando muere? ¿Detrás de qué umbral queda para siempre? ¿Puede abrir la puerta para ir a jugar? ¿Puede traspasar el cerco y volver un rato para corretear, esconderse o encapricharse como cuando era chico? En una vieja casa habitan los recuerdos. Tras una inquietante puerta, laten las vivencias hermosas de la infancia, al mismo tiempo que martilla, melancólica, la memoria del dolor. Con dirección de Walter Velázquez y actuación de Natalia Aparicio, Julia Muzio y Jorge Costa, quienes también participaron del armado del texto, Y el tonto se fue establece un diálogo con la ausencia, en un espectáculo cuya respiración parece decir  y repetir incansablemente  “¡Dale!,¡ vení a jugar!”.

Todo comienza cuando Laura retorna al caserón familiar. Allí conversa con el pasado. Ese remoto tiempo que evoca, está poblado por sus hermanos: Jorge, un niño tonto y encantador que, al parecer, quedó encerrado tras una puerta, o al menos eso es lo que ella recuerda  (tal vez como un modo de elaborar su muerte) y Ana, una joven juguetona y cándida, que traspasó ese umbral un tiempo después, quizás en la adolescencia.
“El tema de la obra surgió de una anécdota personal que yo les conté una vez a  Natalia Aparicio y Julia Muzio, acerca de dos chicas que conocí en la adolescencia, que habían perdido a un hermano en su infancia. La mamá, ante el estado de shock del momento de la muerte de su hijo, les dijo que el niño se había escapado. Muchos años después de esta desafortunada situación y, por supuesto, de saber la verdad, las chicas me contaron que a veces sentían que su hermano volvería y tendría el cuerpo de un hombre de la edad de ellas en ese momento”, relata Walter Velázquez.
En esta propuesta el juego es argumento y lenguaje al mismo tiempo. “Verdaderamente fue uno de los procesos más divertidos por los que pasé. Jugamos mucho, muchísimo”, asegura el director. Es argumento porque el transcurrir de la obra evoca el retozo y las travesuras de la niñez, que, en este caso, desembocan en una desgracia, y es lenguaje porque constituye el ABC del espectáculo, materia misma del modo de narrar. Por medio del juego avanza el relato y se construyen los personajes. A través de él, la propuesta adquiere un espesor que le es propio. Y el tonto se fue está cargada de características inherentes a la acción de jugar: cambios de ritmo, velocidad, asociación libre. También está atravesada por escenas netamente payasescas como el intercambio de tortazos con crema en la cara, las caídas, etc., probablemente debido a que la formación clownesca de los actores le dio a la obra una impronta en este sentido.“El entrenamiento para este espectáculo pasó fundamentalmente por el clown y la danza. Pusimos especial atención en la calidad  y cualidad de energía y en la velocidad de cada personaje. Entrené personalmente a los actores en estos puntos y en la disociación de su cuerpo”, asevera Velázquez.
En cuanto al armado, pareciera que Y el tonto se fue, estuviera construida a partir de la técnica de cortar y pegar. Escenas que son en sí mismas juegos,  están aquí reunidas por el hilo conductor del reencuentro.
La puerta, objeto por excelencia cargado de sentido, habilita el salto temporal hacia el pasado y es el puente del mundo de los vivos al de los muertos (o al revés, según cómo se mire). También dispara el juego de estos hermanos, permite el disfraz, la transformación y extiende los límites del espacio, porque… detrás de esa puerta ¿qué hay? ¿Un altillo o desván lleno de trastos, trapos y trajes?, ¿Un mundo otro, intangible, lejano, sin retorno?
Los actores dominan holgadamente la propuesta del espectáculo, el mundo creado, el juego construido. Si bien hay varios elementos del lenguaje teatral que tienen mucho peso para la creación de este universo  (uno de ellos es la luz, tanto cuando es negra y nos acerca al espacio-tiempo misterioso de los hermanos perdidos, como cuando, por medio de los veladores que se prenden y apagan, nos envuelve en el juego y en la magia), sin un tipo de actuación como la que hay, la propuesta no hubiera sido posible. Aparicio, Muzio y Costa, además, engendraron tres  personajes bien diferentes y definidos.
Con todo ello, el director ha creado un mundo consistente, singular y, por cierto, muy tierno. Y una vez que el espectador se empapa de las leyes y convenciones del espectáculo (esto le lleva unos minutos), queda sumido en una suerte de ensoñación de la infancia, juego añorado, para el que sólo hace falta saber abrir la puerta.

Publicado en: Críticas

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