Viernes, 02 de Enero de 2015
Jueves, 15 de Junio de 2006

Últimas imágenes soñadas

Las últimas imágenes soñadas se ponen en escena en un sitio singular, un galpón ferroviario que convoca las visiones de los sueños, corporizados en tres mujeres que oscilan entre un presente, un futuro y un pasado que no les pertenece.

L.U.I.S   transcurre en un espacio que es preciso no describir. Las penumbras que reciben a los testigos del sueño entre-muestran brevemente lo que ha de tornarse visible y el resto, desaparece.
No hay que hablar de él, pero hay que decir que persiste, que invita, no a convertirse en léxico, sino a estar presente, a ocuparlo, a habitarlo, a respirarlo. No huele a teatro, sino a otra cosa. A sueño, tal vez.
La experiencia de Mariano Stolkiner, su dramaturgo y director, está dividida en dos zonas que se distinguen con claridad.
En la primera, tres mujeres, en su respectivo turno y sin interacción entre sí, producen, poéticamente, palabras insistentes sobre el transcurso abstracto y extrañado de los años y los días, sobre detalles pequeños y acontecimientos fragmentados.
Cada una de ellas manipula un objeto: un tocadiscos, una valija, un cigarrillo y se asume, letrero mediante, vinculada al recorte arbitrario del tiempo.
Cada una inscribe un ritmo bien diferenciado, cada “trabajadora de los sueños (que) espera su hora de descanso” revela, claramente, sus gestos singulares. 
Un poco después, las tres mujeres alternan sus palabras, pero las palabras son las mismas. Se intercalan, pero no se relacionan, no pueden decir. Sencillamente, repiten. El orden nuevo resemantiza. 
Estamos en el terreno de los sueños, con su lógica deshilvanada, con el asombro frente a los hechos cotidianos, con el extrañamiento que provocan.
La segunda parte se concibe como metateatral. Camino hacia una puerta, se abren ciertas explicaciones y el hecho teatral se hace evidente. Se postula una tesis con respecto a lo que acabamos de presenciar y el teatro se decide a hablar de teatro. Ya no hay mujeres sino actrices y no hay un soñador sino un demiurgo.
Devienen más poderosas las ideas que las palabras y, en el conjuro de los sueños, Calderón se hace presente.
Luis ¿sueña o es soñado? Las que hablan son atravesadas, de manera evidente, por  discursos ajenos y confirmamos, entonces, que lo estuvieron siempre.
Y si no puede distinguirse entre el soñador y lo soñado, ¿quién puede afirmar que lee y, no por el contrario, como Borges diría, que está siendo leído?  

Publicado en: Críticas

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