Lunes, 26 de Enero de 2015
Sábado, 12 de Enero de 2008

Un condimento familiar

Por Mónica Berman | Espectáculo Orégano

Es evidente que la familia (completa, parcial, ensamblada, raquítica) está instalada en los escenarios porteños y que cada vez más lejos de aquel realismo que proponía cierta identificación con la propia familia, cada nueva presentación lleva la apuesta de distancia un poco más lejos.

Los ejemplos son muchísimos, pero por dar sólo algunos, tenemos la conocidísima La omisión de la familia Coleman, Ciudadela, Cotillón,  De cómo duermen los hermanos Moretti , Mar de Ajó...
Orégano se inscribe en esta línea: propone una madre, un padre y dos hermanos. Ellos mismos nos revelan el vínculo y su historia.
No es el desorden, en primer lugar de los sifones, ni el espejo en el que se mira Alicia, ni la ropa a la vista lo que inicia la desconfianza respecto de lo que estamos viendo. Algo de lo que muestran deviene increíble, fuera de lugar. Y todo el tiempo.
Las cosas son y que no son a la vez. El espacio sembrado de sifones es extraño, pero no la presencia de los sifones en una casa. El espejo en un hogar es sumamente común, pero no con un cartel con nombre propio. Todo funciona de ese modo: hay un caballito de madera que funcionará como silla para sentarse a la mesa, hay un muñeco de infancia que ocupará el lugar de un disfuncional "guardapapeles".
Se trata de un día (ni siquiera), un pedacito de tiempo en la vida de esta familia ¿particular? Una familia en la que las preguntas importantes no tienen respuestas: ¿cómo es que el padre puede tener la edad de su hija?, ¿por qué mandar a una hipotética promesa del fútbol a estudiar danza?, ¿cómo tener una radio comunitaria sin antena que transmita?
La suma de actitudes extrañas, de actos inverosímiles se cruzan con mínimos gestos razonables, del orden del sentido común (que la madre amenace con un arma a su hija es del primer grupo, el miedo de la misma es del segundo). Esta imposibilidad de establecer vínculos de causa-consecuencia es lo que pone al espectador en constante estado de alerta. Nunca se sabe lo que va a venir. Orégano se postula como imprevisible pero no como desconocido. El universo referencial es fácil de registrar, pero sólo en términos parciales.
En el orden lingüístico, Orégano se construye en el borde, siempre parece a punto de caer. La pericia de los actores, sin embargo, sostiene las palabras complejas que se les propone.
Aparecen algunos discursos (el de la defensa de Eva Perón, comentarios políticos, posturas psicológicas, la discusión con respecto a los emisores y receptores de la radio) que son como palabras ajenas injertadas en este discurso mayor que es Orégano.
A mi entender, en el caso de la radio esto funciona fantásticamente bien, probablemente porque se reparte la palabra, porque aparece la interacción y no se opta por el monólogo, entonces surge un discurso teórico (mechado con unas cuantas malas palabras) que logra un contrapunto muy interesante.
Unos renglones más arriba se afirmaba que la cuestión estaba en la sorpresa. El hijo no se anima a ir al baño porque escucha voces desde el caño del desagüe, las posibilidades que se despliegan son múltiples, psiquiátricas, literarias (desde el oso de Julio Cortázar hasta el personaje de Ricardo Piglia) Pero no. Acá vamos a tener una explicación, una del orden del sentido común más llano. ¡Ah! Y además entenderemos la presencia de los sifones. Si el espectador suponía que ya no había lugar para las respuestas, de nuevo estaba equivocado.
Orégano se arma desde la sorpresa; construida de manera inteligente y divertida. Por supuesto que el final, más de un final, tiene una vuelta de tuerca para hacer honor al resto.

Publicado en: Críticas

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