Viernes, 09 de Enero de 2015
Sábado, 22 de Marzo de 2008

Una guerra muy particular

"Y cuando deja de ser verdad ¿en qué se convierte?"¿Qué significa que algo, en el orden de lo discursivo, sea verdadero y que luego deje de serlo? ¿Qué puede suceder para que esto tenga lugar?
Plantear que una verdad deja de ser y que deviene otra cosa es, en primer lugar, eludir el razonamiento habitual: oponer "verdad" a "mentira" o a "falsedad". La pregunta instala la duda, se despega del lugar común, se desliga de la doxa. 

Transilvania  y los fantasmas de la guerra es una puesta que desautomatiza a través del humor y de la tematización negramente absurda de la guerra. Que pone en escena preguntas de manera constante.
¿Por qué preguntas? Porque preguntas son las que habitualmente surgen cuando lo conocido resulta oscurecido, extrañado.
Una especie de galpón constituye el espacio en el que se desarrollan las acciones. Lo rústico, los restos, lo decadente, organizan una serie. La otra serie remite a un universo en el que las formas y las apariencias han de conservarse: hay servidumbre uniformada, candelabros, teteras, música de fonógrafo entre las ruinas.
La guerra preside el relato, pero es una guerra, en apariencia, de puertas afuera. Con candados y trabas, "para que no entre la muerte", como diría Daniel Moyano.
La señorita de la casa toma lecciones con un profesor. La propia lección es la muestra de que la verdad se mueve. Las primeras mutaciones son del orden de lo geográfico. Los límites cambian, guerra mediante, pero también cambian las respuestas sobre la creación, sobre Dios, sobre la sociedad.
Un grupo importante de personajes desconoce las reglas de cortesía, pero además elude la instancia pragmática de la lengua, como si se tratara de hablantes no nativos. Ellos desconocen las fórmulas de la lengua en uso. Es como si entendieran tan sólo en términos literales. Por supuesto que el resultado de este procedimiento es el humor.
Primero nos acostumbramos a su modo de decir y de entender lo que el otro dice, luego nos acostumbramos a ciertos actos extraños (Víctor no bebe vodka, sino sangre que proviene de las venas de Marieta. Ahí entendemos las manchas de su uniforme).
Luego comprenderemos sus concepciones sobre la familia, la tradición y la propiedad La dramaturgia es desopilante, los textos lingüísticos son brillantes, originales y divertidos, pero nos enteramos de eso porque todos los actores llevan adelante sus personajes con solvencia: Rafael Bruza, Fernando Caride, Eduardo Jaime, Adhelma Lago, Carlos Lanari, Luciano Linardi, Alicia Mezza, Emiliano Pandelo, Victoria Roland, Carlos Silva, Claudia Zima.
El vestuario es otro elemento central. A pesar de la guerra, la vestimenta cuidada de los señores de la casa y los criados con uniforme, contrasta con las máscaras de gas que se guardan en los baúles y se utilizan en caso de necesidad.
La gran ventaja de Transilvania es que, quien quiera divertirse con un humor negrísimo y sólo eso, puede hacerlo sin problemas. Quienes deseen reflexionar sobre la búsqueda del mantenimiento de las formas y de los ritos que devienen vacíos en el medio de la guerra, sobre los modos en los que se desestabiliza aquello que se consideraba verdad, sobre la corrupción en las sociedades, el tratamiento de los héroes, el lugar de los viejos,  sobre el modo de construir el humor, tienen un  material riquísimo y extenso para hacerlo.

Publicado en: Críticas

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