Miércoles, 07 de Enero de 2015
Martes, 12 de Diciembre de 2000

Más corazón que odio

La presencia del texto de Osborne dentro del panorama teatral, y en particular dentro del panorama teatral británico, significó un momento de inflexión. Recordando con ira inaugura la serie de personajes jóvenes iracundos, y con carencias afectivas, que despiertan en el espectador una sensación de difícil encasillamiento. Personajes violentos que uno desea proteger, personajes miserables que uno llega a justificar, personajes insignificantes que desconocen que ocultan la más sabias de las verdades. En suma, Osborne construye un texto utilizando a lo complejo y la contradicción como el elemento organizador. Saca lustre al viejo mito del realismo y lo exalta hasta constituirlo en obra de arte. En Recordando con ira la realidad y lo cotidiano se nos presenta con todo su esplendor (o sea, con todas sus miserias) y nos revela un universo violento, contradictorio, infantil, visceral y apasionado. El autor va de lo particular (de lo cotidiano y profundamente intimo) a lo universal (a lo complejo e inexplicable). El matrimonio de Alison y Juan están sumergido en el infierno cotidiano del aburrimiento y el maltrato. Su vinculo es sostenido por terceros, cómplices pasivos, cuya presencia es fundamental para el desarrollo de esta tragedia silenciosa. La obra se construye dentro de un juego de espejos entre los protagonistas (Alison y Juan) y sus amigos (Carlos y Helena). Juego de espejos que interpela al espectador para abofetearlo y sumergirlo en la conciencia de la contradicción. Lo sabio del Osborne es el tratamiento de la realidad como barroca, y la conciencia de que la realidad solo es definible dentro del ámbito de las representaciones. Recordando con ira es el aporte de belleza que pudo brindar el siglo XX. Una belleza cotidiana, y llena de violencia, en donde reina cierto anhelo de pasión y una aparente ausencia de ternura. En los personajes de Osborne conviven todos los fantasmas teatrales del siglo pasado: lo político, lo existencial, lo cotidiano, lo absurdo (en relación a lo comunicacional) y lo deforme del grotesco. Podría decirse que Recordando con ira es un compendio de teatro o, para los espíritus más religiosos, una Biblia. Lorena Romanín se sumerge en este complejo universo sin muchos más elementos que una pasión visceral. Lo primero que se debe destacar es la adaptación de la obra llevada a cabo por la directora y por Francisco Civit. Esta nueva versión despoja al texto de todo signo que refiera a la Inglaterra de los años ’50, y produce un necesario acercamiento de tiempo y espacio que posibilita una mejor identificación del espectador. La directora tensa, premeditadamente, las atmósferas propuestas por el material original y toma la decisión de no ahorrar ninguna de las enrarecidas sensaciones de la obra. En relación a la puesta en escena, Romanín construye un espectáculo que, siguiendo los mandatos del texto de Osborne, invita a los sentidos más que a la mera intelectualización o a los golpes de efecto. Más allá de la fábula, lo que conmueve de esta puesta es el riesgo en que se sumerge Romanín y todo su equipo. Situación que se hace más significativa cuando se tiene en cuenta al panorama del teatro joven actual en Buenos Aires, en donde la ausencia de riesgo (tanto estético como ideológico) es una constante. En relación a lo actoral, Recordando con ira invita a los interpretes a un desempeño descollante que, en términos generales, en la puesta de Romanín no alcanzan. Si bien los jóvenes actores resultan creíbles y poseen momentos de alto impacto emocional e interpretativos, durante algunos tramos de la obra esos resultados se escurren como agua entre las manos. La excepción es el trabajo de Rodrigo Barrena que en su construcción de Carlos (el incondicional amigo del protagonista) es capaz de salir airoso de todos los estados emocionales que le propone su complejo personaje. La presencia de Barrena resulta un soporte de los momentos más logrados de la obra, y ayuda a la mejor performance de Karen Koch y Francisco Civit como la pareja protagónica. En síntesis, Recordando con ira nos sumerge en un universo sostenido por la mirada del los “otros”, y por la yuxtaposición de diferentes modos de concebir el mundo. La obra (verdadera metáfora social contemporánea) revela en la puesta de Romanín una crítica social que (si bien la directora, certeramente, no deja de lado) se encuentra diluida en las confusiones del presente. Lo más destacado de esta nueva versión del texto de Osborne (que fue estrenado en Buenos Aires con Alfredo Alcón y María Rosa Gallo en los roles protagónicos; y que hace unos años la llevó a escena Fernando Piernas con la actuación Susana Pampín y Darío Tangelson) es reencontrarnos con una nueva, emotiva y delicada interpretación de un texto eterno.
Publicado en: Críticas

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