Jueves, 01 de Enero de 2015
Lunes, 22 de Marzo de 2010

Arrinconados

Por Edith Scher | Espectáculo Un Hueco

Un hueco en el espacio, un rincón oculto, un lugar desde el cual poder ver sin ser visto, un sitio para esconderse, aunque más no sea por un rato, y soportar el otro hueco, el del pecho, el que perfora la boca del estómago, el de la angustia del sinsentido de las cosas.

La experiencia comienza cuando uno se entera a dónde es el espectáculo y le dicen que en el vestuario de un club. Continúa cuando uno reserva por teléfono o correo, hecho ineludible porque las dimensiones del vestuario son pequeñas y es poco el público que allí cabe, por lo tanto no se puede ir así como así habiendo salteado este paso. Sigue, luego, el día que uno, finalmente, llega hasta el club (el Estrella de Maldonado), tal vez un rato antes de la función y se encuentra con que aún no ha terminado el horario de papi fútbol, es decir, advierte más claramente que verá un espectáculo en el vestuario de hombres de un club de barrio que está en funcionamiento, con todo lo que esto implica para el imaginario de un público que vive en una ciudad para la cual el concepto "club de barrio" quedó detenido en el tiempo, allá lejos, cuando los espectadores éramos chicos, si hablamos de los que tenemos más de 35 años (los menores de esa edad tal vez ni siquiera tengan un recuerdo que se llame así). Y luego entrar al hueco, ése desde el cual veremos la vida por un rato.

La anterior descripción no es gratuita, ya que en este caso el espacio escénico comienza a construirse mucho antes de sentarse en el banco del interior del vestuario y empezar a ser uno de los 20 espectadores que compartirá, casi íntimamente, el vacío de los tres personajes de este espectáculo.
Y bien pues, entonces: la opresión del espacio es lo primero y lo más contundente que percibimos. La acción transcurre en este vestuario, desde el cual los tres amigos observan algo así como el salón de un club, el club del pueblo en el que nacieron, en el cual sucede algo terrible: un cuarto amigo (inseparables eran en la infancia todos) ha muerto y es velado allí, a pocos metros de donde ellos se refugian.
No estarán los tres juntos desde el comienzo, no. Primero uno, luego el segundo, y finalmente un tercero llegarán a esconderse, a guarecerse. ¿Por qué? No quieren ser vistos, pero sobre todo, no soportan el dolor. A los tres la vida se les quebró a partir de este hecho. ¿Pero antes? ¿Cómo era la vida antes?

La fuerza teatral del espectáculo reside en la impotencia de estos tres seres (dos se quedaron en el pueblo y uno fue a probar suerte a Buenos Aires) que luchan por soportar el dolor en ese pequeño lugar. Impotencia que proviene de no encontrarle sentido a la vida, siempre igual y monótona para los que se quedaron, y no muy estimulante para el que vive en la capital, aunque éste esté aturdido por el ritmo de la ciudad y su rutina no sea, como la de los otros dos, la de dar una vuelta a la plaza, tomar cerveza siempre en el mismo lugar, ir a bailar al mismo boliche y así sucesivamente hasta volver a empezar. El conflicto se agiganta en ese pequeño espacio, parece querer derribar las paredes de ese lugar que los alberga provisoriamente, pero del cual, en algún momento deberán salir para continuar la vida, una existencia que no está precisamente llena de deseo y esperanza.

Las confesiones, los reproches, los recuerdos y hasta la violencia crecen en este hueco. Contener el conflicto hasta dejarlo salir lentamente, insinuándose a veces, y bruscamente en otros momentos, es la tarea de los actores que logran notables trabajos, tanto desde la composición de diferentes perfiles (cada uno está muy bien definido como personaje y es muy distinto a los otros dos), como desde el modo en que transitan sus conflictos, agigantados éstos para el espectador por la cercanía en la que se encuentra de la escena y por las dimensiones del espacio, que todo el tiempo le recordará que está viendo un vestuario en el que cabe poca gente, un vestuario metido en un club de barrio en el que hasta hace un ratito se jugaba papi fútbol. Una verosimilitud muy particular. Todo eso es así, precisamente porque casi no hay mediación: el espacio es eso. De verdad lo es. En la vida lo es y en el teatro también.

Alejandro Hener, Patricio Aramburu y Nahuel Cano, interpretan estos tres personajes que, sumidos en el aburrimiento y el vacío, luchan, sin embargo, por encontrarle un sentido a la vida.
Juan Pablo Gómez, autor y director, encuentra en el cruce es este espacio y el conflicto que allí estalla un modo de contar la desesperación.

Publicado en: Críticas

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