Lunes, 05 de Enero de 2015
Viernes, 01 de Octubre de 2010

De Corazones y otras yerbas

"Con sólo bajar la vista una pulgada, el panorama cambiaba por completo. El borde rígido de la ventana lo apartaba con brusquedad de aquel paisaje un tanto irreal". Haroldo Conti. En vida.

Mirar por la ventana, hacia afuera. O mirar incluyendo la ventana. Incluir la ventana significa incluirse, reconocerse en el propio encierro.
¿Cuántas veces él abre la ventana?, ¿cuántas veces se la vuelven a cerrar de manera sistemática?
Pero empecemos unos cuantos minutos antes. Nos hacen pasar a una habitación, aunque nuestro espacio, el rincón de los espectadores, no es de habitación. La que nos hace entrar viste uniforme. ¿Enfermera, auxiliar de enfermería? Su rostro no es nada amable. Apenas nos indica, funcionalmente, hacia dónde dirigirnos.
Una vez ubicados, podemos observar: una cama, de ésas que connotan casi miseria, preside el espacio. Una mesita, dos banquitos...Y ahí, a un costado, absolutamente inmóvil, con expresión de estar ausente, un viejo. Prontamente sabremos que disimula, que aparenta quietud absoluta, pero que puede moverse. De hecho lo hace para descubrir la ventana. Cualquier ruido o interrupción lo lleva a su posición inicial.
Un chico joven tomará el cuarto por asalto. Dirá, como quien le habla a las paredes, por qué y para qué está allí y moverá las cosas a su antojo.
El viejo continuará inmóvil, no dará señales de registrarlo, a pesar de las infantiles provocaciones del joven. Hasta que, en algún momento, empezarán a interactuar. Entonces vendrá una extensa reconstrucción. Conoceremos primero la historia de Yoyo y luego el pasado sorprendente de Leo.
La propuesta cambiará totalmente de orientación, incluso, se resignificará todo lo visto y escuchado, tanto para Yoyo como para el público. Ese hombre, porque ya no es un anciano definitivamente al borde de la muerte, adquirirá un nombre propio, un relato, una serie infinita de recuerdos y, fundamentalmente, un futuro.
Es interesante observar cómo ambos se plantean un tiempo posterior al que están viviendo en esta precaria habitación de geriátrico, del que somos testigos.
Existe una serie de datos que son eludidos en el marco de esta reseña. Algunos se pueden contar: el chico está cumpliendo una tarea otorgada por un juez, por una falta que, en realidad, ni siquiera cometió. Y el trabajo comunitario que le dieron fue pintar el cuarto de este anciano, catalogado como medio loco, a lo que luego se sumará el "potencialmente" peligroso.
Lo que veremos es la transformación de ambos y es preferible no decir demasiado más.
Indiquemos, es cierto, que lo que sucede a continuación no responde al verosímil social, que aunque hay indicios espaciales y de vestuario que inscriben algún realismo, hay otra serie de indicaciones que llevan por otros caminos (por ejemplo, las interrupciones en la acción con cambio de luz) las cuales habilitan a entender que estamos definitivamente en el orden de la ficción. Y la resolución es de este orden, por suerte, ¡porque hace tan pero tan bien conmoverse en el teatro!

Publicado en: Críticas

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