Viernes, 02 de Enero de 2015
Martes, 30 de Agosto de 2011

Del amor y otras canciones

"¡Para eso sirve el amor!" La clave, es evidente, está en el pronombre demostrativo.
Lo que sucede es que, en sentido estricto, este término no nos revela nada, salvo que hayamos atendido a toda la construcción anterior. Pero esto será al final. Y traducido. 

Empecemos por el principio. La novísima Ofelia Casa Teatro nos recibe con tres paneles negros: uno central y dos laterales. En uno de ellos una enredadera remeda una casa de patio, seguramente, y pequeña jaula de pájaros. 
Llama la atención que los actores tengan colocado un micrófono, ya que el espacio es pequeño y no parece ser funcional. A no apresurarse. Dentro de muy poco se intuirá que la razón es otra.
Ella (que no es nuestra contemporánea) cose en compañía de la radio. Cose, canta y ¿escucha un radioteatro? En principio, realizar una afirmación como ésta parecería una tarea sencilla. Enciende la radio y desde allí se "escucha" la ficción radiofónica, pero el rol de locutor revelará que el nombre de la audición coincide con la puesta en escena a la que estamos asistiendo, que, por otra parte, es el nombre de una canción.
Al principio los cuerpos en escena parecen inscribirse con una quietud casi exasperante, y con gestos de otros tiempos. Como si conjugaran la actuación de las viejas películas argentinas con la casi inmovilidad frente al micrófono que pedían algunos (no todos) radioteatros. ¿A qué asistimos?, ¿de qué somos testigos? Así, la mediatización de la voz se resignifica. Tal vez no sea para nosotros, los que compartimos espacio con ellos, sino para viajar por el éter y llegar a otros oyentes, de otros sitios y de otros tiempos. En términos sonoros es el modo de que nuestros oídos no perciban grandes diferencias y no tengan que adaptarse todo el tiempo porque hay mucho y diverso para oír (no sólo para escuchar), una especie de recurso para unificar, en parte, la fuente sonora. 
Toda la puesta se propondrá en diálogo constante con un momento histórico en el que los medios eran, de verdad, medios masivos: hay un lugar para la radio, para el cine, para la gráfica, para el universo en el que existían las "estrellas"; melodrama en primer plano, de aquél que se escribe en escena cantando, con la música de Nicolás di Lorenzo y pasando por todos y cada uno de los temas nacionales e internacionales del amor, el desamor y un poco más. 
Los recursos que utilizan son económicos pero efectivos: una vuelta de panel y se transforma de negro liso en barco o en puerta de bar parisino; cambios de vestuario, una valija, un micrófono de pie, el mate, tarjetas postales, fotos. Pero son ellos y sus voces los que ocupan toda la escena. Voces que cantan, porque el habla corre por el off. Es la radio la que trae los parlamentos de esta historia de amor que se complica. 
Las luces son signos puntuales que señalan el lugar donde mirar. Y un panel, luego, devendrá pantalla capaz de aportar información central para el avance de la trama. 
Si con Desde el alma en adelante se inscribía el dramatismo y el amor complicado y confundido, los boleros, más cerca del "cierre de micrófono", traerán otros cuerpos, otros gestos, otro registro de actuación, alguna impronta paródica tal vez, y mucho pero mucho humor. 
Es necesario, por otra parte, decir que las canciones también cuentan la historia, lejos están de ser un simple ornamento. Articulan la trama del relato en ritmo y determinan tanto la voz como los actos a llevar a cabo. 
Y el final al que llegamos es de antología porque A quoi ça sert l´amour ? se traduce en pantalla a la manera del cine mudo, y en un contrapunto al estilo Edith Piaf -Theo Sarapo, Alejandro Ojeda y Marta Pomponio cierran, a toda orquesta, esta propuesta original, divertida, conmovedora, dirigida con acertada mano por Miguel Israelevich. 

Publicado en: Críticas

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