Sábado, 10 de Enero de 2015
Jueves, 28 de Febrero de 2002

La sombra de una duda

Por Lucía Tebaldi | Espectáculo Intimidad
¿Cómo se hace para volver teatral un pensamiento, una convicción, contradicciones, el proceso interno de un ser humano? Esta pregunta, que parece haber sido la disparadora de la versión escénica que Gabriela Izcovich y Javier Daulte construyeron sobre el texto literario de Hanif Kureishi, trae aparejado un problema fundamental: el del cambio de lenguajes. Gabriela, una actriz dramaturga- directora (toda una mujer orquesta) en quien la literatura despierta ciertas inquietudes o al menos deseos de experimentar en la zona incierta de las "traducciones". Pienso, por ejemplo, en su versión de Nocturno Hindú, la novela del italiano Antonio Tabucchi y confirmo que sus adaptaciones son siempre una interpretación, una posibilidad de relectura del material literario a partir de otro lenguaje. En su cruzada por trasladar la escritura a unos cuantos cuerpos en escena, convencida de que "la literatura es un buen medio para acortar distancias", emprende junto a Javier Daulte, un viaje a Londres para encontrarse con el mismísimo Kureishi. De regreso en Buenos Aires y junto con Carlos Belloso, Gaby Ferrero, Gonzalo Kunca y Marcelo Mariño experimentan con esa especie de monólogo interior que promueve la identificación con el punto de vista del protagonista narrador. Entonces, para que esa maraña de estados salga del papel, lo "específicamente teatral" surge del diálogo con otros lenguajes: el cinematográfico y el literario. Nada extraño, si tenemos en cuenta la incursión de Hanif Kureishi en el campo del teatro y su labor como guionista de cine. En todo caso, cabría preguntarse hasta qué punto es posible establecer el límite entre los tres lenguajes. Por ser pensamiento y contradicción, proceso interno y duda, la voz de Javier, atormentado por su divorcio, necesita de un orden temporal no lineal. Así, el montaje de escenas (recurso asociado al cine), que se desarrollan siempre en un mismo espacio escenográfico, produce saltos temporoespaciales que vuelven teatral un soliloquio presuntamente literario. La escena en la cual la pareja come en silencio durante densos minutos o la sucesión de caídas en el consultorio de la encantadora terapeuta, enamorada de un italiano, son algunos de los momentos que desbordan teatralidad y serían impensables sin el nivel de trabajo actoral que sostienen los actores. Como en casa Entrar en La Carbonera es entrar en la casa de un amigo muy cercano. Las ganas de hacer pis antes de la función son sólo la excusa perfecta para espiar los secretos del lugar (más tarde descubriremos que el toilette se vuelve luego parte del espacio escénico off). La escenografía hiperrealista (nuestras sillas casi pegadas al living en escena, la ensalada rusa en la mesa ratona, esos sillones tentadores) invita a una cálida velada. El espacio todo: el escenario, el baño, las paredes del teatro, el jardín que se ve a través de la puerta, se vuelve íntimo. Esto, sumado a un registro de actuación que recuerda la manera en que Stanislavsky montaba sus puestas, los actores comiendo en escena, vistos a través de una cuarta pared invisible- construyen una fachada "naturalista". Ahí está la trampa deliciosa de Intimidad: una sensación de cercanía con los personajes, una ilusión de plena identificación con el punto de vista de Javier y al mismo tiempo el distanciamiento feroz que producen ciertos procedimientos (no sólo la mirada al público y la incorporación del espacio de los espectadores, sino también la utilización del humor). Vayamos al final El vuelco del final obliga a releer toda la obra (un giro narrativo que resuena con una tendencia bastante de moda hoy en el cine) y pone en escena el ya conocido juego entre "realidad" y ficción. La pregunta es ¿cómo pudimos no acusar recibo de las constantes marcas de enunciación que se nos fueron proponiendo guiños cómplices al público, "miradas a cámara", actuaciones excesivamente naturales? Basta pensar en uno de los momentos más extremos- la escena en que Javier se entremezcla entre el público, y casi tocando la cara de una señora canosa responde a la pregunta de "Qué hacés ahí Javier"?, un "acá estoy con la gente..." para confirmar que los personajes no eran nada más- ni nada menos- que eso: personajes ideados por el mismo Javier, para ellos mismos y para un grupo de espectadores, nosotros, "la gente". Gracias al final aunque no solamente en ese momento- se produce, retrospectivamente, un proceso de duplicación, de doble sentido que arroja la sombra de una duda sobre todo lo que vimos y lo vuelve una superficie engañosa. Como en las mejores películas de Hitchcock, la acción "verdadera" es internalizada, subjetivizada y presentada en la forma de los deseos, de las alucinaciones, obsesiones, sospechas y sentimientos de culpa de Javier. ¿Qué hay detrás de la fachada "naturalista"? La trampa de la obra es que tal fachada no existe (o en todo caso, sólo existe la fachada). El supuesto "naturalismo" aparece deconstruido en tanto ficción y realidad son llevadas a un mismo plano. La salida irónica a la paradoja final es que, aunque suponemos que se trata de la presentación del producto artístico de Javier, no sabemos exactamente qué vieron los personajes de Intimidad fuera de escena. Nuevamente, se hace presente el diálogo entre lenguajes. Da lo mismo que hayan salido de ver la puesta teatral en la Carbonera viernes y sábados a las 21hs, la película de Patrice Chereau o la presentación del libro de Hanif Kureishi. La diferencia entre la Susana 1, la Susana 2, ideada por Javier para su obra, y nosotros espectadores se debe únicamente al lugar arbitrario que ocupamos en la estructura (en este sentido, la obra resulta muy posmoderna). Íntimamente sospechamos, que todos, actores y espectadores, somos personajes, sombras en la cabeza de un escritor pakistaní algunos sobre un escenario, otros sentados como público- y que todo, el monólogo interior de Javier vomitado en el escenario pero también la historia de la humanidad, ha sido y será representación. Que el teatro puede ser un buen complemento de la vida, arriesga Gabriela Izcovich en el programa, que la vida es ese gran teatro, le confirma su obra.
Publicado en: Críticas

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