Me proponía pasar un verano teatralmente despejado, cuando la madrugada del sábado 5 de enero me sorprendió caminando por Callao a la altura de Córdoba. Observé que una importante cantidad de gente, en su mayoría del medio teatral, se agolpaba frente a un local. Estaba por preguntarle a un reconocido actor del circuito alternativo, que se hallaba esperando que dieran puerta, si se trataba del cierre para la presentación de algún subsidio, cuando caí en la cuenta de que se trataba del acceso a Clásica y Moderna. La marea humana me empujó y entré al local. Antes de que atinara a exclamar algo, acudió a mi socorro una reconocida crítica, advirtiéndome que estaba por estrenarse De Noche, lo nuevo Alejandro Tantanián. El primer retoño escénico del 2008 no era una obra de su autoría o dirección, sino un espectáculo musical en el que el creador de Los Mansos se desempeña como cantante. Uno de los mozos de Clásica me comentó: "Decir cantante sería reducir su performance considerablemente. Fíjese, no puede negarse la filiación teatral de Tantanián, en sus excelentes interpretaciones de un cuidado repertorio de canciones de clima noctámbulo. Y todo esto junto a Diego Penelas, quien revela todo su virtuosismo al piano y hasta incluso desliza un tema de su autoría. Un sutil espectáculo para disfrutar muñida de una copa generosa en burbujas, como la que le recomiendo se procure". Consejos que obedecí de inmediato.

Aún con los sentidos efervescentes por el champancito de la madrugada, deambulaba por la calle Corrientes, cuando caía la tarde del domingo 6. Como el calor agobiaba, corrí a buscar refugio en el ambiente climatizado de Liberarte, allí me sorprendió la presencia de una gran amiga que se acodaba en el bar. Estimé que también se hallaba a resguardo del calor, pero de lo más oronda me dijo que estaba esperando a que dieran sala, porque ese día era el reestreno de Orégano. Buscando y buscando en los reductos de mi memoria -que en época estival suele mermar considerablemente-, recordé que se trataba de la pieza de Sergio Lobo, que arrancaba así su tercera temporada. Me dejé conducir entonces por los laberintos de Liberarte, una especie de juego de cajas chinas que va pasando de sala en sala hasta llegar a la del fondo, mientras apuraba mi bebida cola. Promediando la función, alcancé a ver de refilón los apuntes que empeñosamente tomaba un colega disimulado entre dos señoras gordas: "Orégano consigue escapar del costumbrismo al que nos tienen condenados las puestas que desarrollan el tópico de la familia disfuncional, mediante un interesante y lúcido manejo del absurdo, cosa que no es nada fácil de conseguir. Bien por la dramaturgia y buenas las actuaciones que la sostienen, sobre todo del lado masculino del elenco". Partí raudamente tratando de retener los conceptos de esta crítica tan certera, aunque no creo haberlo conseguido del todo.

Continuaba el calor el día jueves. Es notable como se vacía el centro al atardecer en verano. El cambio de horario con el que coronamos el año pasado, nos ha brindado la posibilidad de gozar de unos extravagantes atardeceres nocturnos. Doblando por la calle Esmeralda noté, sin embargo, que las glamorosas luces de la "catedral de la revista porteña" no se habían tomado vacaciones. Las estaba mirando, cuando fui abordada por el acomodador, quien vestido a la antigua usanza me pasó el dato de que escaleras arriba, en el Maipo Club, continuaba presentándose Konga, el callejón de los espejos durante todo enero. El encanto de la troupe de Jean Françoise Casanova y Eduardo Solá me deslumbró desde el ingreso. La sucesión vertiginosa de números musicales sumerge, hasta al más negado, en un clima onírico que lo conduce a través de sueños, como si de nubes se tratara, mediante una precisión asombrosa y un despliegue visual que más de una revista o comedia musical deberían tomar como ejemplo y que tan bien describiera nuestra amiga Edith Scher en su reciente nota.

Aún sorprendida, al día siguiente concluí que seguramente ya no habría nada más por hacer en materia teatral y tomé para la zona del Abasto con la intención de tomarme un helado. Todavía no caía el sol, cuando un grupo de adolescentes vestidos con atuendos coloridos y portando un curioso catálogo de soluciones capilares (entre las que los dreadlocks llevaban una ventaja estrepitosa), pasaron corriendo a mi lado. Era el elenco de Milagro, que acudía a su reestreno. Me olvidé del helado y corrí tras ellos. La explanada del Konex parecía un campamento. El público había tomado la escalinata anaranjada por asalto y en plena luz del día comenzó el espectáculo. Una seguidilla de números acrobáticos, apoyados en los integrantes más experimentados, a los que el resto acompaña, articulados alrededor del tema del milagro de la creación, un guiño en realidad, para hablar de la extraordinaria sobrenaturalidad que adquieren los cuerpos entrenados. Yo estaba como poseída mirando el espectáculo, cuando un señor muy parecido a un  investigador teatral me susurra al oído "Disculpe, Natacha (¿!), ¿por momentos usted no se queda con ganas de ver algo más en el plano actoral que la ingenuidad típica de propuestas de este tipo? Sobre todo teniendo en cuenta que el cuerpo juega tan a favor, se podría apostar a otra cosa que no fuera lo naif, ¿no? Pero se lo digo de puro quisquilloso que soy..." Le contesté que sí era quisquilloso, que yo no era Natacha Koss y me fui pensando si a estas alturas llegaré a aprender a hacer la medialuna.

La noche del sábado me encontró practicando. Arranqué en la calle Humahuaca y a la altura de Bulnes me detuve frente al Espacio Callejón. Tenía necesidad de un baño y como la gente de ahí es amiga me mandé. Por suerte alguien me advirtió con la antelación suficiente -como para evitar el papelón- que el lugar en el que estaba no era el toilette, sino la escenografía de Mujeres en el baño, primera parte de la trilogía de Mariela Asensio, para la que en algún recóndito momento del 2007 se convocó a un casting multitudinario, en el que también recalé buscando un retrete. Como -obviamente- no me lo podía perder, entré. La obra posee unos textos bellísimos, que se entremezclan con coreografías y canciones. Las actuaciones son todas notables y están a la altura de lo que la puesta les exige y más también. Las chicas cantan, bailan, pero sobre todo... ¡actúan! Apenas terminado el espectáculo, una señora con cara de muy experimentada, comentaba en el sanitario -en el verdadero-: "Es muy interesante la propuesta, sobre todo para enterarse de qué hacen las mujeres en el baño (muchas cosas de las que una servidora no estaba ni enterada). ¿O será que la obra habla de ciertas mujeres (jóvenes, delgadas y solas) en ciertos baños? ¿Acaso se tratará de algunos estereotipos que curiosamente esgrimen los hombres acerca de lo que las mujeres hacen?" La dejé con estas reflexiones tan complejas, porque francamente no las entendía y me alejé por Corrientes cantando La isla bonita -uno de los temas que se interpretan en la obra-.

Con el comienzo de la quinta semana del año, amanezco convencida de que en Buenos Aires de 2008 el teatro no frena su actividad ni ante las más altas temperaturas. Y si mi recorrido por sus calles finaliza en este punto, no es porque ya no queden obras por reseñar, sino porque yo sí me tomaré vacaciones. ¡Hasta la vuelta!