Iago, escena para un crimen

Inspirado en el clásico shakespereano “Otelo”

Iago, aburrido.
Iago, en su catre.
Iago, en algún lugar de la nada o de la escena, aburrido.
Prende y apaga su lámpara.
De pronto, sus víctimas del pasado lo sorprenden.
Es así como él decide contar a los espectadores su verdad “poniendo en escena” la historia que protagonizó
-padeció o disfrutó- y la tragedia que desencadenó.

“El discurso como instaurador de realidad donde la palabra crea y re-crea apariencias reales ante la mirada y los oídos de otro, es un hecho humano y cotidiano. Una cotidianeidad que a veces puede terminar en tragedia.”
Edgardo Dib

Iago, alférez del general Otelo, esperaba con ansias que su superior le concediera el cargo de teniente, puesto para el cual el duque de Venecia lo había recomendado. Pero Otelo, decide dárselo a Miguel Cassio, un joven de alcurnia y amigo personal de él y de su flamante esposa Desdémona. Decepcionado y hundido en el rencor, Iago decide vengarse.

Una inminente guerra contra los turcos, hace que se instalen en la isla de Chipre, donde Otelo queda a cargo de la gobernación. El general, su esposa y el inexperto teniente – extranjeros en el lugar – disipan el tedio de los días con inescrupulosas fiestas, juegos de morales dudosas, construyendo entre los tres un vínculo tan estrecho como extremo. Aprovechándose de sus debilidades y algunos hechos azarosos, Iago ejecuta su plan macabro: hacerle creer a Otelo que Desdémona le es infiel con su amigo Cassio. Esta trampa termina siendo mortal para las tres víctimas de su venganza.

Mas cuando Iago cree concluir su relato y que los personajes de su alegato teatral ya están muertos, éstos van a volver a escena a decir sus verdades.

Iago es una hipótesis sobre Otelo, de Shakespeare, que podría resumirse más
o menos así: ¿qué pasa cuando las mujeres son tan violentas como los
hombres? ¿Qué pasa cuando los hombres son tan tontos como a veces se piensa
que lo son las mujeres? Grandiosas y ridículas, en el borde del kitsch y de
la neurastenia, las cuatro actrices cambian los lugares del sexo con la
elegancia con que cambiarían vestidos.
Beatriz Sarlo

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