Beber a un lince

Un suplicio hecho esta estación del año. Eso es el verano.

Cuando los calores arremeten con ferocidad de huracán las opciones para la supervivencia son limitadas, porque las góndolas de los supermercados se quedan sin gaseosas, porque las telas no se soportan sobre las carnes y en las terrazas se hacen piras de sofocados cubriéndolo todo de un humo rancio. Entonces la desnudez y la sed insaciable parecen ser la única opción posible. Y ahí, en medio de la noche, aparece la salvación: un hombre intruso con destrezas gatunas para acariciar la garganta seca de la mujer voyeur que narra este drama de un apocalipsis no tan lejano.

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