No hay que llorar

Un reencuentro familiar pone blanco sobre negro, al desnudo, la verdad de los protagonistas, y por otro lado, hace un retrato agudo de una parte de la clase media Argentina.

Las ambiciones propias, los afectos en común y las mezquindades compartidas salen a la superficie de un modo inusitado y por momentos los vuelve patéticos. La pieza transita momentos plagados de humor y de cierta crudeza que nos conectan con los dolores más profundos de las condición humana.

Estos personajes son el retrato de nuestras obsesiones por alcanzar nuestros propios deseos qué, sin mirar al conjunto, muchas veces es en detrimento del otro. La obra hace una pintura fidedigna del individualismo argentino. Escrita en los años 70', desarrollada a apartir de una minuciosa observación del autor, mantiene plena vigencia hasta nuestros días.

1 Histórico de funciones